Artículo de Ricardo Garibay sobre la vida de luis Strempler

Prólogo

Se trata de un artista, un artista excelente, un artista insólito en la escultura, un artista popular en la pintura, la pintura que es fiel copia de la realidad, como Díaz Mirón quería la poesía. Se trata de un artista que vive su trabajo con sonriente gozo, con una íntima exaltación que se hace ostensible en el bronce y en el lienzo.

El hombre

Nace un 21 de Junio y dice hoy:

-El día más largo del año, el día donde hay más luz en todo el año. Fíjate, me fue dado ese día.

De estatura breve y recia; manos de suavidad desconcertante; blanca tez, herida de selvas e intemperies, dura y de labios ásperos; voz enronquecida y cordial; ojos permanentemente enrojecidos porque ha de seguir con el cuadro o los alambres y la plastilina hasta terminar, sin apartarse del caballete o la mesa, ya en la oscuridad, viendo apenas lo que hace. Pinta y esculpe y va y viene horadando una nube de tabaco.

Sus maneras no tienen prisa, Strempler da la sensación de que le sobra tiempo. Si uno se asoma a sus esculturas halla en ellas una como amorosa eternidad, una incalculable paciencia para quitarle al tiempo su derecho y sus transformaciones y dejarle intacta su movilidad secreta.

Viste de cualquier modo, mezclilla y zapatones, pero si la ocasión es solemne, se presenta con pantalón ajustado y chaquetilla a la charra, abierta en el cuello, y bien peinados los escasos cabellos, entre rubios y blancos. Uno debe entender entonces que anda de lujo, que la ocasión es solemne.

Llegó muy temprano a su taller,

-Vamos primero a desayunar- dice.

-No me lleves a un restorán- suplico.

-Ah qué descanso. Creí que querrías un restorán. No

no, he dicho ¡vamos a desayunar!

Estamos en Tepoztlán, Va saludando a todo mundo.

-Buenos días, Lencho. Buenos días, Margarito.

-Buenos días, don Luis. Don Luis, buenos días.

-Buenos días, Camila.

-Los tenga usté don Luis.

Todos los trabajadores y campesinos se le cruzan con respeto, con reverencia, con familiaridad. Llegamos al mercado, al puesto de la pancita. Hondos platos humeantes, gruesas tortillas de maíz amarillo, y unas memelas rellenas de chicharrón desmenuzado, que se llaman chales.

-Cómo pensé que fueras a preferir un restorán- dice Luis Strempler y come y bebe como a los veinte años. Yo pido una cerveza. Él no bebe alcohol, nada.

-Bebo a veces una copa de brandi, punto. Hubo tiempo en que bebía a cántaros,

iba yo a dibujar al Hospital Juárez, cadáveres, huesos, vísceras, músculos Ya era cosa natural el ambiente ese, tan horroroso. Pero un día, los maestros médicos, los estudiantes, los mozos empedernidos en esos olores, salimos corriendo de allí. La pestilencia era cosa del infierno. ¿y sabes que era? Era un hígado cirrótico, muerte por cirrosis alcohólica. Y dije yo no voy a pasar por esto, y dejé la bebida, para siempre. Y mira tú si bebía o no bebía, era yo amigo y mucho del indio Fernández, y llegaba a su castillo en Coyoacán, el indio era tequilero y me decía, -Prepárate “las gallinas”.

“Las gallinas” eran cazuelas de cebolla llenas de buen tequila, ¡y a beber! Nos acabábamos varias tandas de “gallinas”, Tequila y sal en el cuenco de la cebolla, ¡Ni reyes que hubiéramos sido! pero nunca más.

¿por qué conocías de cerca al Indio Luis?

-Yo hacía dibujos animados, estaba en la cosa del cine.

-El retrato que hiciste del Indio, es una obra maestra.

Sonríe sin humildad, sin jactancia, y añade, como si no hubiera habido elogios. 

-Los dibujos animados me ayudaban, era pintura en movimiento.

Otra mañana me recibe:

-Ora vamos a desayunar a la casa, con mi señora. Se levantó a las cuatro de la mañana, a hacer los tamales.

-Mira – me dice-, yo llegué a Tepoztlán con un yip. Era todo lo que tenía, luego de haber tenido tantísimo. Y usé mi yip para ayudar a estas gentes, tan buenas, que estaban construyendo algunos sus casas. Ahí se acabó el yip. Y me iba al mercado a mirar a la que hoy es mi señora, y decía:

-Qué bonita señora. Ay qué bonita señora.

Y ella, seria. Ni me hablaba ni me miraba. Hasta que una mañana le pregunté: -Qué le pasa, señora.

-Un hijo enfermo – me dijo.

-Déjeme ayudarla- le dije.

Y ya con médicos y con hospital y todo el cuento. Y se alivió el niñito. Y ya ella me habló. Y la veía allí trabajando, atrás de su mesa con sus tacos que hacía, con sus sopes, con sus garnachas. “Qué bonita señora”. Y ya la fui convenciendo, y ya nos pusimos de acuerdo. Tenía seis hijos, ella; y mira qué hermosa es la vida: he podido formarlos. Y tenemos una niña de diez años. Citlali, que está en los primeros violines de la Sinfónica de Tepoztlán. y toca el órgano desde hace varios años. Yo fui casado allá, mucho antes: tuve siete hijos, sí, sí, siete, hechos ya, todos. Esta en Tepoztlán es otra vida. Ahora vas a conocer a mi señora.

Llegamos a la casa. No es la zona millonaria, es el pueblo antiguo. Techos de dos aguas, troncos y frondas y flores, tecorrales, patios estrechos, huertas. casa con muebles toscos y desnudos, pisos de azulejos o lajas. La señora nos recibe con mucha y apacible dignidad. Poquísimas palabras, la vista al frente sin mirar a nadie, su silencioso ir y venir de la mesa a la estufa, de la estufa a la mesa. Nos da un delicioso desayuno: chompantle con huevo, tamales de carne de cerdo, atole de arroz muy caliente. El chompantle son flores de colorín.- El escultor come con frecuencia flores varias guisadas de mil maneras.

Y regresamos al taller. Es un prado de quince metros de largo y seis o siete de ancho, pasto, frutales y flores. Y un galpón de ladrillo y piso y techo de cemento, muy alto el techo. Dos ventanales enrejados. Todo aquí dentro es un aparente e irremediable desorden, polvo y frío. Restiradores acá y allá, rudas mesas, soportes para esculturas. A la mitad del galerón, una especie de pequeña sala con mesa enana para los ceniceros y la fruta. Enormes cabezas de caballo aún de alambre- al fondo, y más al fondo libreros con libros de arte y de lectura. Esculturas en plastilina, acá Mercedes, un delicado desnudo, allá dos gallos frente a frente, allá un óleo o acrílico gigantesco, dos gallos en el aire, en el umbral de la furia. Junto a la entrada un refrigerador con alguna escultura tierna todavía y diez o veinte cajetillas de cigarros, y nada más. Y junto a la sala, la música. El aparato con bocinas y cientos de casetes. Luis Strempler trabaja oyendo música incesantemente. Mozart, Bach, Beethoven, y los demás. Su gusto operático está al día. Sus conocimientos del folklore son muy extensos. Ríe de continúo es, hombre sin tristeza. Ríe hasta cuando cuenta trances dolorosos. Habla de si como si hablara de otro, un fulano que quedó allá atrás quien sabe dónde y cuya vida Strempler conoció con pormenor. Solo llora ¡que cosa! Cuando recuerda que murió Gabriel Ramos Millán, su protector allá en el comienzo, y en la casa y el jardín estaban los importantes, los políticos, y en la calle, con sus pequeños ramos de flores en las manos, hasta la alta madrugada, el pueblo campesino, callado, indígena, dolorido, anónimo.

La vida

-Entrando en Tepoztlán por la carretera vieja, a la derecha en el primer recodo está la calle o callejón Citlali, que Strempler hizo construir y bautizó con el nombre de su hija. Y al final del callejón está el taller. Y otra vez, o siempre, troncos y frondas y flores y cerros greñudos.

Su padre era alemán; su madre, de Zacualtipán, Hidalgo, El padre sabía de petróleo, en la Huasteca y sabía de beisbol, organizaba los equipos y los encuentros entre rivales. En (1938 no quiso desconocer su origen, y fue tratado como enemigo; lo cual quiere decir que lo despidieron sin indemnización de su trabajo. Luis Strempler tenía diez años. Toda la familia fue a dar a Santa Julia, barrio feroz de aquella ciudad de México.

Limpiaba vidrieras, y era chícharo de peluquería y morrongo de gasolinera. Eran muchos los hermanos y había que arrimar algún dinero. El padre, enfermo de silicosis por el trabajo en las minas, moría pronto, Y el iba a Zacualtipán en sus primeras vacaciones. Allá fue a la feria, y se reía de un imponente campesino que con toda solemnidad daba vueltas y vueltas en los caballitos, pagaba una tanda y otra y otra y seguía, y el muchacho se azotaba de risa. brincó el hombre y lo acogoto.

-De quién te estas riendo muchacho jijo. 

-De usted señor,

-Y quién jijos eres tu

-Yo soy Luis Strempler Vivanco

-Ah chingaos eres hijo de mi hermana, mejor no te pego, vente pacá. Yo soy Zenón Vivanco.

Y se lo llevó a su casa y lo inició en las brutales labores del establo y le dio a conocer los caballos y los gallos de pelea, que serían definitivos en su vida.

-Este Zenón, era hermano de Pancho Vivanco.- cuenta Luis-., talabartero, el más fino maestro en sillas de montar, y tanto que cuando murió, los charros de Pachuca, todos en monturas de Pancho Vivanco, alargaron el camino al cementerio y fueron a la vuelta en redondo al reloj, como paseo de homenaje al artífice. Te estoy hablando de los Vivancos de Zacualtipán, Hidalgo, sí señor. Yo ya dibujaba y por allá hice un dibujo de una maestra linda de verdad, y mandaron llamar a mi padre, porque la maestra figuraba desnuda, y lo llevaron a los baños y vi que mi padre quería sonreír y sentí un gran alivio y orgullo, pero en la noche mi padre me dio una santa paliza que no he olvidado hasta hoy.

-Y entonces, luego de Zacualtipán, sucedió que mi madre planchó el smoking de mi padre, viejo el smoking, y me mandaron a empeñarlo, al zócalo. Y yo buscando el empeño me asomé a un patio muy hermoso, con grandes estatuas, “yo quiero estar aquí pensé. Era la escuela de San Carlos, hazme el favor. Ya de noche volví a la casa con el smoking, Me avaló mi madre, para que no hubiera castigo, y luego, mi venerada maestra Esperanza Calvo me animó. Y fui a San Carlos con una beca muy chica. La hacía de repartidor de comida, en el comedero de estudiantes. Me iba apartando algo de cada plato. y comía. Y dibujaba sin descanso, Clases de la mañana a la noche. Y comencé a pintar. Y gané un concurso, y Pedro Alvarado Lang repartió medallas doradas, que eran de plomo, caían al suelo y no sonaban. Yo guardé muchos años mi medalla.

-La vida pasaba aprisa. No sé, tal vez hubiera sido mejor vivir más despacio. Expusimos nuestros cuadros y apareció ese gran señor, Gabriel Ramos Millán, y compró muchos de los míos. Nunca soñé tener tanto dinero. Probablemente junté trescientos o más pesos.- Me compré una chamarra y compré pan negro y carnes frías y llegué feliz a la casa. Aquel hombre me relacionó con mucha gente. -Y ya me ves de maestro de dibujo en escuelas secundarias populares, en la villa de Guadalupe. Alquile un segundo piso, largo y vacío, que iba a ser billar. Pero no tomaron en cuenta lo que es subir una de esas mesas a un segundo piso, a más de que la puerta era angosta, no pasaban las mesas, Tarugos, digo yo, Allí puse mi taller. Y era pintar y pintar. Llegaban las mujeres, modelos de desnudo, pues, y todas ellas pasaban por las armas, Era la juventud, entonces murió el señor Ramos Millán, en el avionazo. Venía de Oaxaca, cayó en el Popocatépetl. Fuimos allá a ayudar. Y luego vino el velorio, con los políticos y con aquellos campesinos y sus flores en el frio de la calle.

-De entonces fue que hacíamos giras por los pueblos, pueblos chicos, muchos, pintando y vendiendo algunos cuadros. y repartíamos maíz híbrido un puñito a cada campesino, para que lo conocieran. Para que lo sembraban y mejoraran su producto. pues: digo, era nuestro homenaje a Ramos Millán. Y me dijo Andrés Henestrosa;

-¿Quieres ir a las selvas del sureste?

-Si, cuando pregunté.

-Mañana -dijo Henestrosa.

-Y me fui, anduve ocho meses en la selva. Ocho sin salir de la Lacandonia. Me devoraban los moscos, los soles, las humedades. Salí verde, de cuando en cuando nos asomábamos a los pueblecitos de las márgenes. Me devoraba también el amor a la selva, a su soledad, a su belleza espléndida, a su majestad. He buscado y no he encontrado lugares mas hermosos. Si resistes su crueldad, la selva se te va convirtiendo en una porción del paraíso.

-Yo conocí a Carlos Frey, el gringo alemán descubridor de Bonampak, que murió en un rió en la expedición anterior a la nuestra. Yo conocí a Franco Lázaro Gómez, Franquito, y de algún modo fui su maestro. Era peluquero en Chiapa de Corzo, y le dejaba yo a guardar cuadros que iba pintando, y me dijo:

-Se me hace que yo también pinto.

-órale – le dije -Y algo le enseñé. Hoy sus grabados están en el museo de Tuxtla Guitierréz. Murió temprano, Franquito, en los bosques, cuánta pena. Y conocí también a Arkady Filder el polaco, el viajero por excelencia, hombre de aquellas selvas vírgenes.

-Salí verde de allá, con mucha nostalgia, o, como se dice vulgarmente, sin poder olvidar y queriendo regresar, pero ya no ha sido posible. Regrese a la ciudad de México. Y me di a viajar por la Republica toda, pintando y repartiendo el maíz. Volví a la Villa, digo al taller. Y luego vino el cine, los dibujos animados y sus trasfondos pintura en vertiginoso movimiento. Hicimos dos o tres cosas que valieron la pena. Y apareció la escultura, digo, como obsesión constante, porque de aparecer, había aparecido desde cuándo.

-Llegué hace quince años a Tepoztlán, ya te dije como. Antes, contratado por gente millonaria, fui a Puerto Rico, a Nicaragua, a Chicago. Tiempo largo se fue en eso. Amores y trabajo. Y dejé obra, no poca, madura, ya, creo que buena obra. 

-¿Sabes?, es bueno empezar la vida por segunda vez. Yo empecé de nuevo aquí, a los cincuenta de edad. Ya sabes lo que quieres y como lograrlo. No pierdes tanto tiempo como perdiste en la juventud, buscando tu oficio y tu poder, no te distraen tantísimas tentaciones que entonces te distraían. Encontré el lugar, encontré a la compañera, adopté a seis hijos que ella tenía y me han hecho feliz, tenemos entre los dos una hija. La vida, si tú quieres, puede ser a toda madre.

-De andar acarreando piedras y tierra, para las construcciones de estas gentes de Tepoztlán, el yip que traía como único capital, acabó en chatarra, pero tú ya ves que aquí no se necesita coche. Con unos primeros dineros compré el terreno para el taller, luego hice su casa de mi señora, en terreno de ella: nada de ahí es mío, sino el amor que me tienen, y para que quiero más ¿no? o como tú dices, ¿pa que chingaos quiero más?

-Y aquí estoy. Tú respiras estas arboledas, estas flores, estos cerros mágicos, la paz de estas callecitas, la buena fe de estos hombres, leales, sencillos, afectuosos. ¡Hombre! Y es gente de mucho talento. Hemos formado la orquesta sinfónica. Tocan criaturas que apenas pueden cargar el instrumento. y tocan muy bien. Ayudan personas de dinero grande, generosamente. Los maestros, los niños, el director, responden con puntualidad y eficiencia que conmueven mucho. Ya fuimos de gira, ya salimos al exterior, hasta Tlayacapan a dar un concierto. No te rías, tú verás que esto crece aprisa. En la mañana la escuela, y en la tarde, todas las tardes la música. -Me traen los Cristos. Del XVI, XVII y del XVIII, lastimados de tiempo. Rotos. desvencijados, Obras de arte de veras, Cristos de Iglesias. Y se los compongo, los rehago sin alterar su antigüedad. E invariablemente disimulándose, hay espías que se turnan mientras hago el trabajo.

-Momento -interrumpo-. No entiendo ¿Espías? ¿por qué o para qué espías? -Porque hay la conseja o tradición de que los antiguos escondieron tesoros en esas imágenes, en esas esculturas, y quieren ver si hay alguno en los Cristos que me traen. Y si hay, si sale el tesoro pero no de oro, sino de fe, la fe que le ponen a su cristo, que a fin de cuentas si es oro ¿no? y oro molido ¿no?. También me encargan niños Jesús. Y luego los visten y los florean y los pasean en peregrinaciones. ¿como? No, no cobro ni un centavo y les cuesta trabajo creer y aceptar que no les cobre.

-Y aquí estoy. Me levanto casi de madrugada, camino las cuestas de los cerros y pinto, y hago las esculturas que ves. Y este muchacho tu tocayo, Ricardo García, hace el resto, todo lo necesario para que mis trabajos vayan y vengan y se conozcan y podamos vivir. Mira estos gallos ¿Te gustan?.

-¿Gallos?. esos son dos alambres retorcidos.

-No no, aquí están ya los gallos, si vienes mañana y pasado, verás que aquí estaban ya los gallos.

Y sí., cierto, pasados un día y dos días estaban ahí, dos gallos de plastilina, siguiendo las ocultas líneas de los alambres. Dos minuciosos gallos soberbiamente vivos, furibundos, frente a frente, a punto de destrozarse., Ricardo García los vaciará en el bronce, y serán una obra más de la devoción, de la nostalgia, del silvestre y fresco amor de Luis Strempler el escultor.

El Artista

Siendo como es de breve estatura, sus manos son chicas pero fuertes, algo anchas y los dedos los tiene poderosos y de extraordinaria suavidad. Dice:

-Por aquí entre el intermitente orgasmo de la escultura. Conforme avanza el trabajo en la plastilina, las palmas de las manos y las yemas de los dedos se van docilizando, dulcificando, ellas solas van modelando, ellas solas van haciendo la figura, el ser que quieres como presencia de vida. Sienten que de alguna manera están empeñadas en algo cósmico, que cuando terminen su tarea habrá un ente más en la realidad del mundo. Las manos, los dedos, sienten y piensan, pueden esculpir sin que tu veas ni oigas sin que tu sepas lo que estás haciendo. Es un gozo, qué te diré, es un gozo muygrande.

Nada que pueda ser esculpido guarda secretos para Luis Strempler. Es capaz de modelar cualquier forma, cualquier volumen, no hay complejidad que se le resista. Pero, sobre todo, es capaz de dotar de sentido a la materia en sus manos. Penetra en la esencia del caballo, del desnudo femenino, del gallo de pelea, de tal manera, que la escultura ofrece a los ojos el lugar natural, sorprendente, familiar, inesperado, que el modelo ocupa en el orden de la creación. Un vehemente y violento amor y un hondo o religioso sentido de la vida exhalan sus bloques de bronce. El golpe de vista que procuran es entero, la exquisitez en las reconditeces del ser vivo, del ser del bronce, procuran el conocimiento pleno de la porción del mundo, que ha enamorado al artista. Viendo sus gallos, sus mujeres, sus caballos, viene al ánimo la exaltación y de pronto la explosión de risa como forma de júbilo. Caigo en cuenta de que eso mismo sucede con algunos razonamientos de Tomás .de Aquino; elegancia y perfección, luego del estupor y entusiasmo, provocan una explosión de risa plena. Así se da a veces lo inapelable. Lo más parecido a la escultura de Strempler, es un razonamiento riguroso y felizmente ordenado.

Y también sucede que de repente, por un trabajo de encargo, el escultor desanda los años e imagina y esculpe como un niño genial los animales músicos de Chapultepec, son la gracia inexplicable de la primera edad. El lagarto del saxofón, el tucán del clarinete, el búho del violoncello, y el león y el orangután y los otros llevan a los críos a su exclusivo mundo, y nos llevan a las más tenues páginas de los cuentos de niños.

Me obsesionan sus irascibles gallos. Luis Strempler, desciende de galleros, es gallero, y me dice:

-El gallo de pelea es un rey. Es el combate y el triunfo, Vive sin escape posible entre la victoria y la muerte. Mira, criarlo es un arte. Es como hacer a un atleta, y de los atletas, como hacer a un boxeador. El tiempo durante la pelea, es una sucesión de relámpagos casi invisible. Eso busco al esculpir, eso precisamente. La gloria y velocidad del ataque, los mortales golpes, la consabida muerte siempre repentina. Hay que ver como al enfrentarse suben, aleteando acometiéndose, hasta metro y medio, y muchas veces uno de los gallos cae muerto ya. El combate ha durado unos cuantos segundos. Y el énfasis del triunfo, que es casi espantoso: yo he visto gallo que viendo muerto al enemigo, lo viola y canta después de violarlo. Eso es la violencia hasta su última posibilidad: Eso lo trae de nación la pequeña y hermosa y terrible bestia, pero además lo educas, lo adiestras si quieres un campeón. Hay que pastorearlo, monearlo, -o sea provocarlo, con un gallo medio menso, echándoselo a la cara y untándoselo, para que aprenda a atacar en todas direcciones, hay que hacerle el ocho, pasándotelo por debajo de las piernas, para que aprenda a mirar y a moverse acá y allá como al mismo tiempo, hay que recostarlo de a fuerzas, para que aprenda a entrar en clinch y adquiera vigor en el empuje lateral: hay que columpiarlo hasta dormido, para que aprenda su equilibrio y a esquivar los golpes adversarios: hay que borrar el gallo frío que hay en él y hacer con el una hirviente máquina letal, y luego su alimentación su huevo duro, su trigo, mijo, maíz,. cebada, su carne cruda, y su campo abierto para que pepene insectos, tan ricos en proteínas…. Y ya lo tienes, ora ponle un rival que le dé el kilo. Y míralo matar y morir. Y en eso píntalo, escúlpelo, sácale su señorío, sus ímpetus y su color multiplicado por todos los colores su grandísima belleza y elegancia ¿eh?.

-Es un salvajismo crudelísimo -digo- atroz.

-Sí, pero es la vida -dice- y los gozas en los cuadros, en las esculturas. -Son espléndidos. Son maravillosos. No digo lo contrario.

-¡Ya con eso ganamos! casi grita Strempler-, Mira cómete este chabacano gigante. son de aquí de Tepoztlán. Ve qué tamaño y prueba qué dulzura.

De tu pintura voy a decir poco -le digo. Creo que es un testimonio de la vida, aldeas y los barrios mexicanos, un testimonio deliberadamente popular. Es el colorido hasta agotar el iris. El nimio dibujo testigo hasta de un parpadeo, a lo que das tanta importancia y es naif, porque tu eres naif, nada en ti es falso y nada en en ti 

languidece. Todo en ti tiene un girón de tus orígenes, y hacia allá vas con tu pintura y con tu gran escultura, con la barbarie que alientas, la que Ortega y Gasset señalaba como el humus venerable de la vida. Pero de tu pintura hablará otra vez, hoy no queda espacio.

-Haz lo que quieras. -dice- Tu sabrás.

-Sólo una cosa, que más quieres, que mas esperas de ti.

Lo miro, sonríe. Alza la cara y mira los hoscos cerros.

-Trabajar, Mis manos mis, dedos, mis alambres, mis pinceles, trabajar, nada más. Tengo ¿sabes? no se que voy a hacer con esto: tengo el impulso de esculpir enormidades, montañas enteras. Ya sé que no, pero tengo el impulso que me empuja, que me ahoga casi.

Epílogo

Nació en 1928.
Vive en plena juventud.

Ricardo Garibay